martes, 9 de noviembre de 2010

Un pueblecito entrañable

A partir de aquello, los años fueron pasando y todo seguía igual: mi padre y mis hermanos trabajaban muy duro todos los días para que pudiéramos sobrevivir, yo iba a la escuela y ayudaba a mi madre todo lo que podía. Yo intentaba estar siempre contenta para animar a mi familia y poder seguir adelante, pero cada día se me hacía más díficil…
Mi pueblo era muy sencillo pero a la vez muy bonito, sus casas eran blancas y bajas, muy juntitas unas de otras. Tenía una plaza con su Iglesia, un parque para jugar, una fuente… Sus calles eran tranquilas y seguras, no solían ocurrir actos vandálicos. Y estaba rodeado de monte, lleno de árboles y de animalillos, se podía sentir la naturaleza y era muy agradable. En invierno pasábamos mucho frío  y en verano hacía un calor sofocante pero podíamos bañarnos en el río que pasa muy cerquita; recuerdo buenos momentos cuando era niña en aquel riachuelo...
En mi pueblecito nos conocíamos todos y nos tratábamos bien, la conviencia allá era muy bonita porque podías pedir ayuda y siempre había alguien que te la prestaba. Nuestros vecinos eran dos ancianos que no tenían hijos y vivían solos, muchas veces iba a visitarlos para  que no se sintieran solos o aburridos, el señor a pesar de ser mayor seguía trabajando cuanto podía y la señora siempre era muy simpática conmigo y me contaba muchas historias de cuando ella era joven y lo que sucedía en sus tiempos, por eso me encantaba ir a verla a menudo.


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